EL RINCÓN DE PENSAR
VERSIÓN 1
Pensaba, pensaba y volvía a pensar y cuando descansaba al rato regresaba con más fuerza y continuaba pensando y pensando.
– ¿Quieres ver una película o bajar a dar una vuelta o hacer algo?
Le preguntaba su mujer con cierto hastío desde el balcón mientras se fumaba el último cigarrillo de su paquete de marlboro recién comprado hace unas horas.
– Mejor dentro de un rato cariño.
Contestó desde su rincón favorito del sofá, mientras su mujer asentía con resignación.
– Claro, seguro que tienes cosas importantes en las que pensar.
Respondió su mujer al cabo de unos segundos de forma sarcástica.
Pasaron los días, los meses y los años y aquel cabeza pensante convertido en anciano no cesaba en su actividad sin encontrar una solución a su particular problema que nunca compartió con nadie.
A su lado ya no quedaban ni su esposa, ni sus hijos ni nadie. Sólo él y sus pensamientos.
VERSIÓN 2
Pensaba, pensaba y volvía a pensar y cuando descansaba al rato regresaba con más fuerza y continuaba pensando y pensando.
– ¡Te va a explotar la cabeza!
Le abroncó Laura (su mujer) en tono jocoso desde el otro lado del sofá mientras Jorge luchaba sin cesar en su empeño por encontrar una solución a su cotidiano y sufrido rompecabezas interior. Jorge era un hombre muy reservado, tremendamente orgulloso y como tal nunca le explicó sus problemas a nadie. Ni tan siquiera a Laura aunque la amaba y sabía que era la única persona en la que podía confiar, pero no quería agobiarla por nada del mundo. Se conocían desde los quince años y llevaban 30 años felizmente casados. El hecho de no haber podido tener hijos no les impidió ni mucho menos tener una vida alegre y dichosa en pareja. Jorge podía ser serio y distante con todo el mundo menos con Laura y ella precisamente era conocedora de este talento suyo para hacerle reír contra su voluntad. Solo con mirarse se entendían y Laura sabía que cuando Jorge se sentaba en su trozo de sofá favorito o llamado “El rincón de pensar” lo mejor era darle su espacio y no hablarle durante un rato. Ella era perfectamente consciente de que pensar tanto no ayudaba ni mucho menos a su marido sino todo lo contrario. Hay veces en las que aceptar es la única opción posible. Laura y Jorge nunca habían hablado del tema porque no hacía falta. Ella sabía que le ocurría a su marido y él sabía que ella lo sabía. Aquel día Laura decidió romper el hielo, lo miró fijamente interrumpiendo la actividad de su marido dedicándole una de esas sonrisas a las que Jorge nunca le había podido negar nada.
– Nos vamos a dar una vuelta por el centro de Barcelona.
Jorge aceptó de buen gusto la propuesta de su mujer. El resultado no pudo ser más desolador. Justo cuando estaban saliendo del metro a la calle en plaça Catalunya se encontraron de frente a la madre de Jorge que bajaba las escaleras mecánicas mientras ellos las subían. Jorge y su madre llevaban años sin verse. Jorge se quedó bloqueado y Laura le cogió fuertemente la mano mostrándole su apoyo sabiendo perfectamente que la falta de relación con su madre era lo que había torturado a su marido todos estos años por mucho que él había hecho miles de esfuerzos para que no se convirtiera en un impedimento en su vida, pero una cosa es querer y otra bien diferente es poder. La madre de Jorge agachó la cabeza en cuanto vio a su hijo y siguió bajando por las escaleras mecánicas hacía el metro mientras Jorge impotente buscaba su mirada sin éxito. Acto seguido llegaron el enojo y las preguntas sin respuesta al aire libre:
¿Por qué me abandonó? ¿Por qué no me saluda? ¿Qué había hecho que fuera tan horrible para que mi madre me abandonara? ¿Por qué no me aguanta la mirada? ¿Por qué no me quiere? ¿Por qué? Todas estas dudas y muchas más golpeaban una y otra vez la mente de Jorge. Al llegar a casa Jorge se sentó en su rincón de pensar sin ni siquiera quitarse la chaqueta y rompió a llorar. Laura se sentó encima de él y se fundieron en un abrazo. Durante unos minutos no dijeron nada ninguno de los dos. Jorge lloraba desconsoladamente y Laura le besaba por toda la cara.
– Cariño, te pido perdón por no haberte podido dar un hijo.
Le dijo Jorge a Laura mientras se secaba las lágrimas.
– Con hijos o sin hijos eres el compañero de vida que he elegido y no me arrepiento de nada.
De repente sonó el teléfono y Laura se levantó para cogerlo mientras le dedicaba una sonrisa a Jorge.
– ¿Quién es?
Contestó Laura con voz extrañada al no esperar la llamada de nadie en ese instante.
– Soy Mónica, la madre de Jorge.
Respondió con voz temblorosa desde el otro lado de la línea.
Autor: Javier Milán Jerez
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